jueves, 23 de mayo de 2013

Psicoanálisis y Literatura: Pilar Cobo

Pilar Cobo nos ofrece una bonita e interesante reflexión sobre  el amor y la muerte en Miguel Delibes.


Para Esperanza Valero, con afecto y gratitud.
Para Elena, con la esperanza de que algún día vea cumplido su sueño.



El amor o la muerte: una novela de Delibes.

        A la naturaleza humana se puede uno acercar desde muchos sitios: desde la filosofía, desde el psicoanálisis y, cómo no, desde el arte. En la literatura española hay grandes escritores, con una mirada tan aguda sobre las grandezas y miserias humanas, sobre las motivaciones más ocultas de la conducta, que ya quisieran tenerla muchos “psicologuillos”, “pedagoguillos” y demás intelectualoides al uso. Basta pensar, por ejemplo, en Cervantes, Unamuno, Galdós, Baroja o Delibes. Puede uno elegir al azar cualquiera de sus obras, empezar a leerla y estar absolutamente seguro de que no va a perder el tiempo; es más, probablemente lamentará no haberlo hecho antes.

De los autores que acabo de mencionar, uno de los más accesibles, pero no por ello menos profundo en su pensamiento, es Miguel Delibes. Sobre una de sus novelas me propongo decir unas palabras. Se trata de Mi idolatrado hijo Sisí (1.953) [1]



Uno de los aspectos del comportamiento humano que Delibes refleja magistralmente en esa obra es lo que Sigmund Freud llamó “narcisismo”. El padre del psicoanálisis distinguió el “narcisismo primario” del “narcisismo secundario”. El primero se refiere a una etapa de la infancia por la que pasa todo individuo. El niño, en torno al tercer año de vida, trata de ser el centro de todas las miradas, el “príncipe en su trono” (en realidad trata de volver a la vivencia del feto, quien veía plenamente satisfecha su fantasía de omnipotencia). El “narcisismo secundario” se produce en etapas posteriores; a lo largo de la vida, tanto en situaciones patológicas como en situaciones normales, se dan repliegues narcisísticos, es decir, un retorno a esa omnipotencia infantil. Para el sujeto más narcisista, el megalomaníaco , que padece un delirio de grandeza, él es el centro del mundo, él tiene todos los poderes del mundo y, al no existir, para él, otros individuos que se le opongan, su yo controla el mundo entero.



En la primera parte de la novela de Delibes, aparece como un personaje principal, Cecilio Rubes, un hombre de 35 años (o más), dueño de un próspero establecimiento de “materiales higiénicos” (sanitarios) en una ciudad de provincias, casado con Adela, y que en las Navidades de 1.917 decide tener un hijo, con la esperanza de evitar que a él le suceda lo mismo que a su abuelo materno, quien terminó suicidándose debido al “cansancio, hastío y aburrimiento” que había en su vida (p. 29). Este personaje bien podría haberse llamado “Narciso” en lugar de Cecilio:

    “[...] pese a este aparente espíritu contradictorio, Cecilio Rubes guardaba en el último repliegue de su conciencia un alto concepto de sí mismo. Ocasionalmente podía despreciarse, pero Cecilio Rubes, por encima de las depresiones transitorias, se considera un hombre físicamente atractivo, inteligente, de lúcidas y trascendentales determinaciones”.

Dos de las características fundamentales de la personalidad narcisista son la escasa (o nula) capacidad de amar y la excesiva idealización y dependencia de la madre:

    “Él no amó nunca a Adela, y tal vez no pudiera nunca amar a ninguna mujer, porque Cecilio Rubes se consideraba superior a todas” (p. 26) [2]

Como es evidente, todo niño necesita nutrirse del amor de la madre y, si realmente existe ese amor de su madre, el niño lo internalizará. Si la madre no da amor al niño, éste internalizará que no merece ser amado, salvando así a la madre y constituyendo, paradójicamente, un ideal del yo[3] más elevado (necesita más idealización para salvarla que si realmente le hubiera querido).

     “[...] Cecilio Rubes no acertaba a deslindar sus sentimientos hacia su madre. Debajo de todo, y aunque él no lo advirtiese, latía un fondo de temor. Su madre poseía una recia, enteriza personalidad; tal vez demasiado firme. [...] Desde pequeño, Cecilio Rubes acostumbraba a someter todos sus problemas a su madre. Era como si a él se le vedara, previamente, toda capacidad de decisión (p. 70). “

Cuando Adela se queda embarazada, su suegra no consiente que sea ella quien elija el nombre de su nieto, pero no es esto, ni su “temperamento dominante y despiadado”, lo que más detestaba de esa señora, sino el hecho de que, Cecilio, su marido, estuviera totalmente sometido a su madre y de que “la considerase la única razón de su vida” (p. 70). Adela, más que convivir con Cecilio, podría decirse que “cohabitaba” con él en una casa que encuentra demasiado grande y silenciosa:

     “Comenzó a darse cuenta de que el refinamiento y la abundancia no bastan para llenar una vida y que la felicidad, e incluso el bienestar, están por dentro de una y no por fuera, como ella neciamente había supuesto”.

La segunda parte de la novela se centra en la infancia de Cecilio Rubes hijo, es decir, de Sisí, y aquí Delibes nos va describiendo los pasos que Cecilio Rubes padre va dando hasta conseguir que su hijo sea un niño malcriado y tremendamente infeliz. Uno de esos pasos consistía en satisfacer todos sus deseos, todos sus caprichos, incluso antes de que éstos se manifestaran (antes de que abriera la boca, ya se la estaba llenando); otro paso era el de privar a la madre de toda autoridad sobre el hijo y, además, no llevarle a la escuela para ahorrarle “sufrimientos”.

En Introducción al narcisismo (1.914), Freud parece estar haciendo un retrato de Cecilio Rubes como padre, ya que según él, los hombres y mujeres, en tanto que padres, reviven y reproducen su propio narcisismo en el amor a los hijos. Se da una hiperestimación en esa relación, por la que se adjudica a los hijos todas las perfecciones y se niegan o minimizan todos los defectos; se tiende a suspender para el niño todas las conquistas culturales (como esforzarse para aprender), a hacerles la vida más fácil (sobreprotegiéndoles, incluso); los hijos realizarán los deseos no cumplidos de los padres, incluso el mayor de ellos,  “la inmortalidad del yo” (O.C.II, p. 2027)[4]

Respecto a estas cuestiones, podemos leer en la novela:

     “Cecilio Rubes se consideraba padre de la criatura más perfecta y armoniosa asomada al mundo desde el principio de la vida y el tiempo (p.117).”
     “Sisí Rubes tenía del mundo, a los siete años, una visión peculiar. El mundo se componía de dos partes; una: Sisí Rubes; la otra: el resto, con la particularidad de que ésta última se debía a la primera y giraba en torno a ella de un modo complaciente y continuado” (p. 150).
     “No creo que sea imprescindible ir al colegio a los seis años. Bueno. La verdad es que yo  he tenido un hijo para que sea feliz. No sé si te dije alguna vez, querida, que, a mi entender, la educación debe reservarse para los pobres (p. 152-153).”

Cuando ya, por fin, va a la escuela, Sisí descubre el mundo o, más bien, “la calle” de la mano de su compañero de clase, Ventura Amo, de quien se hace inseparable. En estos momentos su principal objetivo es parecer más mayor de lo que es y, a sus once años, empieza a afeitarse, a fumar, a beber, a quedar con su amigo y dos chicas “que se dejaban besar”. Un día en que su madre intenta, muy tarde ya, ponerle límites, un día en que su madre no le deja acudir a una de esas citas, ocurre lo inevitable: Sisí le golpea ferozmente. Hoy día, ante una situación como esta, los padres acuden a un psicólogo o a un psiquiatra para que un profesional le administre un “tratamiento” farmacológico o psicoterapéutico al niño, que, por supuesto, es el que está “trastornado”. Adela, al menos, no se engañaba a sí misma:

“Adela temblaba. (...)Notó los golpes de Sisí en pleno rostro y pensó que algo grande y fundamental se hundía de pronto en el mundo. (...)Pensó, mientras el llanto la desbordaba: “Cecilio y yo lo hemos querido así”” (p.250-251)

Habría muchas más cosas que comentar sobre el resto de esta gran novela pero, para ir terminando, nos podemos preguntar en qué situación se hallaba Sisí a partir de los diecisiete años: se sentía tremendamente vacío, triste y abatido, e intentaba ocultárselo a sí mismo mediante juergas y borracheras:

“En ocasiones, Sisí Rubes se miraba hacia dentro y se encontraba espantosamente vacío. Entonces se iba a Madrid para aturdirse (...)” (p. 258)
“(...) hacía dos meses que Sisí constataba en su alma un vacío.(...) Experimentaba la sensación de ser un algo frustrado e incompleto” (p. 311)

Llega un momento en que parece que Sisí, en mitad de una guerra, va a lograr salir de ese pozo oscuro, terrible, que es la melancolía y la ausencia de sentido; conoce el amor, atisba la trascendencia mediante “el contacto directo con la Naturaleza” (p. 342), pero...su padre no fue capaz de impedir lo que habría de sucederle.


Pilar C. Güemes


[1] Hay un ejemplar de esta obra disponible en la Biblioteca del centro, así como de otras novelas del mismo autor. En mi opinión son de lectura imprescindible, al menos, las siguientes: “La sombra del ciprés es alargada” (1948), “Aún es de día” (1949) y “El camino” 1950), aunque, insisto, ninguna tiene desperdicio.
[2] Adela pertenecía a “una clase social inferior” (sic) y Cecilio, al casarse con ella, pensaba que ésta tendría que amarle por fuerza.
[3] El término ideal del yo (Ichideal) lo utiliza Freud para referirse a una parte de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo (idealización del yo) y de las identificaciones con los padres, con sus substitutos y con los ideales colectivos. En otras palabras, el ideal del yo tiene que ver con aquello a lo que aspira una persona (consciente e inconscientemente), es un modelo al que intenta adecuarse.
[4] En varios aspectos, esta obra y este personaje me recuerdan la novela  Amor y pedagogía de Unamuno.

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